La calma de un derrumbe anatómico evidenciado después de un largo suspiro podría considerarse por lejos el mejor orgasmo mental de un cuerpo qué una vez sintió una muerte agonizante. Una carcajada sincera a los problemas y un trago que abandona su sabor de amargura no es necesariamente el comienzo de la felicidad pero si el final de la tristeza y eso lo hace extremadamente valioso. Levantarse sin la pesadez de un recuerdo convertido en sueño es poder cerrar los ojos antes de dormir sabiendo que hay que recordar para olvidar y no para doler, que el amor no es poseer y que nada es cómo se recuerda ofreciendo la posibilidad de conservar la pureza de inclusive las decisiones insensatas que cargaban por debajo una buena intención. Lograr que el sol caliente y no quemé, que la luna acompañe y no culpe, que el agua limpie y no pese y que la tierra sea un apoyo y no hunda. La felicidad no es la ausencia de tristeza ni la tristeza es la ausencia de la felicidad y ese es el puente perfecto para poder entender que para vivir debemos morir de vez en cuando y no podemos aceptar la muerte antes de sentir todo lo anterior. Caminar sin rumbo es perderse en los pensamientos más profundos sin sentir cobardía de enfrentarse con la infinitud de elipsis emocionales convertidos en pensamientos abstractos. Creer en nuevas aventuras es poder abrir el corazón a un mundo dónde no se dependa de un una opinión acertada para poder ser considerado un individuo valido y que la posibilidad de equivocarse sea igual de sincera a la de responder correctamente a un pensamiento humano estructurado para decirte que lo hiciste bien. Sentarse en un parque acompañado de las flores, ir a cine sin tener quién escuche tus opiniones minuciosas de cada parte insignificante de la película, cambiar la mayonesa por miel y volver a recuperar una esencia dormida cuando ya nadie queda al final del día es lo que define lo que hacemos para luego convertirse en quienes somos. Saber que a pesar de que las personas van y vienen siempre quedan, tal vez en una foto o en la mitad de un cigarrillo y aunque su recuerdo sea un concepto cambiante, el recuerdo no se va y eso está bien. Despedirse de la muerte como dos amores en un aeropuerto que aún conservan la esperanza de volverse a encontrar y que al dar la vuelta al cerrase la puerta logran cambiar ese deseo por uno que espera no esperar y se decide por buscar una imitación de lo anterior. Nunca abandonar la empatía pero siempre reprimirla cuando esta afecta tu individualidad y por último entender que muchas veces las respuestas son simplemente no preguntar, se han convertido en principios básicos para funcionar mejor, correr más ligero y volver a abrazar a la vida con la cuál muchas veces he sido injusta y he peleado sin razón. Amar el mundo, amarme a mi, amar a los que me rodean y amar a un Dios que apacigüe el vacío que no logra llenar la racionalidad es quizá lo que hace que las malas rachas de un desamor, una perdida, la impotencia de extrañar sea tan fácil como tomar una taza de café sin importar que tan pesados se sientan los problemas y que tan pequeño te sientas tú.